Contra Zenón
En el diario Perfil del 31/Octubre/2014, Zenón Biagosch escribe un artículo
llamado "Dilemas económicos de la despenalizacion de la droga" que comentaré usando Comic Sans, ahora que se ha puesto
de moda entre los garantistas, y copiando el texto. No quiero sacar cosas de
contexto
"El debate acerca de la despenalización de la tenencia de drogas
prohibidas para consumo personal ha de ser abordado sin improvisaciones y desde
una perspectiva integral. Posturas liberalizadoras fundamentadas en
pseudoargumentos económicos, y creyendo que pueden poner fin a los
narconegocios, no aportan a la seriedad que requiere esta discusión.
Despenalizar no es lo mismo que legalizar. Se despenaliza a las personas
y se legalizan las sustancias. Legalizar una sustancia implica, en principio,
despenalizar la tenencia para su uso personal, pero no por ello su
desregulación. Por caso, el alcohol, el tabaco y los psicofármacos son
sustancias legalizadas, pero reguladas.
En esa línea todas las experiencias de legalización, en particular del
cannabis, nos demuestran que son severamente reguladas tanto en la cadena de la
producción como en la comercialización, calidad, espacios para su consumo,
registración de los consumidores, dosis administradas, etc.
¿Estará nuestro país en
condiciones de aplicar y supervisar una regulación en tal sentido, más aún
considerando que en países desarrollados las mismas son constantemente vulneradas?
Comentario:
Nuestro país no está en condiciones de aplicar una regulación de consumo de Sustancias
PsicoActivas (SPA en adelante), así como no está en condiciones de aplicar una regulación
de prohibición o represión del consumo.
Padece
nuestro estado fuertes limitaciones operativas, y adoptar políticas de
cumplimiento imposible no ayuda nada.
Poner
en entredicho la capacidad de controlar la venta sin mencionar la capacidad de
controlar la prohibición no es muy justo.
◆ Aspectos económicos: el mercado de las drogas presenta una situación
que, del lado de la oferta, está muy alejado de las condiciones de libre
competencia dada su alta concentración y falta de transparencia y, por el lado
de la demanda, no existe la llamada soberanía del consumidor de tomar
decisiones económicas para su propio bienestar.
Comentario:
Por el lado de la oferta el mercado de las drogas es un típico mercado ilegal, donde
la autoridad ha dejado de lado su capacidad regulatoria. A partir de casos de envenenamiento
con Alcohol Metílico se implementaron una legislación y controles en la
manufactura de bebidas alcohólicas. Este legislar en respuesta a problemas es
correcto, ya que ahora no tememos quedar ciegos luego de tomarnos un Vodka. En
cambio, prohibir el Malbec porque podría tener A. Metílico es inadecuado.
Por el
lado de la demanda se esconde una hipótesis más peregrina: ¿De dónde saca el
autor el concepto de que consumidor no es soberano? Sin duda cada consumidor conoce
su deseo y no podemos asumir que otro ente en este mundo sepa más en esta
materia. Es posible que adopte decisiones económicas que perjudiquen su bienestar
aunque no es muy probable. Y como parte de su bienestar consiste entre otras
cosas, en tomar decisiones, poder errar y hacerlo es inseparable.
Bajar barreras de entrada de nuevos oferentes al mercado podría generar
mayor competencia y rebaja de costos y precios y lógicamente una fuerte suba de
las cantidades demandadas derivadas del acceso a este mercado de nuevos
consumidores.
Comentario:
Esto sería de Perogrullo salvo que no reparemos en la petición de principios implícita:
Si no hubiera prohibición aumentaría el consumo porque todos consumimos sin otro
límite que el económico.
Estoy en
desacuerdo con el autor y creo que el ejemplo de él mismo, con situación económica
mejor que la media y no consumiendo PSA ilustra suficientemente el caso.
Se infiere entonces que el negocio de los narcotraficantes disminuiría,
pero a costas de consecuencias sociales imposibles de cuantificar, en
particular de la salud pública. Decimos se infiere, puesto que en este análisis
no consideramos un mercado negro que tendrá más adictos y que, seguramente,
abastecerá las cantidades demandadas que el mercado regulado no puede
abastecer.
Entonces, ¿cuál es el sentido de
aumentar –y mucho– el número de consumidores / adictos, carentes de voluntad?
Si es sólo una supuesta disminución del negocio, los costos siguen siendo
mayores que los beneficios. Se acaba pues el dilema económico, resultando
necesario abordar el tema también desde otras perspectivas.
Comentario:
El dilema económico está planteado incorrectamente:
Toda situación
de mercado es muy compleja, con fuertes efectos de realimentación, sinergias y
memoria. Sólo a efectos de modelizar definimos arbitrariamente los límites del
negocio (externalizamos lo que deseamos que quede afuera) y asumimos beneficios
de los agentes por sus preferencias reveladas.
En la situación
actual de mercado prohibido la sociedad gasta recursos combatiendo la producción,
distribución, comercialización y, a
veces, incluso el consumo haciendo que el mercado se encarezca favoreciendo a unos
jugadores y sacando del mercado a otros.
En una
situación alternativa la sociedad gastaría recursos atendiendo al control de la
cadena de comercialización, distribución y consumo, aunque cobrando por ello, y
en la recuperación de adictos, probablemente en mayor cantidad que ahora. El
mercado se haría más barato, favoreciendo algunos actores y dejando fuera del
mercado a otros.
Para
evaluar el resultado económico de la situación alternativa deberemos acordar
los límites del mercado a estudiar y hacer experimentos. Cualquier afirmación alegre
de causas y consecuencias en este caso es irresponsable y el autor no podría
estimar un aumento de demanda dada una reducción de precio de venta, y mucho
menos una evaluación del aumento de costos.
◆ Aspectos ético-morales: es obvio que el drogadependiente, al depender
de una adicción, no es libre ni puede manejar su propia voluntad.
El consumo de drogas no es un ejercicio de la libertad. Pareciera
entonces una utopía querer darle libertad para drogarse a quien, por principio
general, depende de una adicción.
Comentario:
Un alcohólico es aquel que toma más que su médico. Consumir PSA es un ejercicio
de libertad, como comprar un caramelo en el kiosco o cruzar la calle. Quien las
consume puede o no desarrollar una dependencia y puede o no morir de sobredosis,
pero no toda compra de caramelos en el kiosco produce caries y obesidad, ni
toda cruce de calle termina con el arrollamiento del peatón.
Desde la dimensión moral drogarse es siempre ilícito por ser una
renuncia injustificada e irracional a pensar, querer y obrar como persona
libre. El juicio de ilicitud de la droga no es un dictamen de condena al
drogado. La vía de recuperación no puede ser ni la de la culpabilidad ética ni
la de la represión legal, sino impulsar sobre todo la rehabilitación.
La droga es contra la vida. El ser humano no tiene la potestad de
perjudicarse a sí mismo y no puede ni debe jamás abdicar de la dignidad
personal que le viene de Dios y menos aún tiene facultad de hacer pagar a otros
por su elección.
Comentario:
En este párrafo está el nudo del problema:
Quien es adicto a una PSA está en el mismo lugar
moral que una persona obesa, adicta a la comida. En el mismo predicamento que
un trabajador de tiempo completo, sea un gerente de alto rango o un novelista,
adicto al trabajo y su adrenalina. Padece la misma pretendida limitación a su dignidad
humana que un enamorado, adicto a las endorfinas que le provoca la persona de
quien está enamorado.
El apartado,
con su lógica escolástica, nos recuerda cosas como "Pues hay Dios que es todo bondad y
existe el mal, es menester que haya un Malo de donde proviene este mal…" El autor
está trasegando manuales de catequesis sin avisar.
◆ Aspectos jurídico-institucionales:
nuestros antecedentes legales muestran una posición alineada a los compromisos
internacionales, los cuales son contrarios a la despenalización. Asimismo,
existe jurisprudencia que reafirma la constitucionalidad de dichas normas
sosteniendo que la incriminación de la tenencia de estupefacientes para consumo
personal no se dirige a la represión del usuario, sino a reprimir el delito
contra la salud pública, privilegiando el interés general de la sociedad sobre
el interés particular del adicto, abarcando incluso la protección de valores
morales, de la familia, de la sociedad, de la juventud y de la niñez.
Comentario:
La biblioteca está dividida: Sólo a partir de la segunda mitad del siglo XX se impuso el
criterio de penalizar las PSA. Hasta los treintas las PSA se vendían como
cualquier otra droga farmacéutica y si bien había adictos no es que hubiera una
epidemia de cocainómanos, salvo entre músicos y otros artistas que suelen ser
una población con tendencia al consumo recreativo.
En los
últimos años hay legislaciones en el mundo que, respecto a las PSA, aconsejan
no hacer nada, otras que legislan la venta y otras que suministran PSA a los adictos.
Aceptar
alegremente que los compromisos internacionales nos llevan a la no despenalización
es una tontería: sería como ser abortista porque hay infinidad de países que
permiten, que financian el tratamiento médico o incluso recomiendan el aborto.
Si bien existen fallos que privilegian las acciones privadas amparadas
por la Constitución, los mismos se fundamentan en que dichas acciones
cumplieron con condiciones esenciales tales como la privacidad del acto, la no
promoción del mismo, la no afectación a terceros, la no ofensa al orden y la
moral públicos y la certeza de que la persona no forma parte de una red de
comercialización. También, todos instan al Estado a tener adecuadas políticas
asistenciales.
Cualquier modificación a la norma legal vigente implicaría renunciar a
convenciones internacionales que hoy tienen rango constitucional. Asimismo,
estaríamos privando al Estado de una herramienta esencial para poder aplicarle
a un adicto una posible medida asistencial, objetivo primordial de nuestra
legislación vigente. De su lectura integral se puede percibir a las claras que
la intención de la misma está lejos de pretender penalizar a un adicto sino,
por el contrario, dotar al Estado de herramientas que permitan aplicarle una
medida curativa, educativa y de reinserción.
Comentario:
El estado debería tener adecuadas políticas asistenciales. No las tiene, y
gasta recursos persiguiendo los más bajos eslabones de la cadena
comercializadora y capturando consumidores recreativos que superaron un
arbitrario límite de posesión de x gramos.
Legalizando
la producción, distribución y comercialización estaríamos como con los
psicotrópicos (no hay una epidemia de consumo de Haloperidol), o como con el
alcohol etílico o el tabaco.
Justamente
es al revés: como estas actividades son ilegales y perseguidas no tenemos
recetas archivadas que permitan hacer un seguimiento al adicto, no tenemos
fabricantes registrados, por lo que desconocemos si hay aumento del consumo, o
la efectividad de las políticas de desalentar el mismo. Tampoco hay un ANMAT que legisle sobre la calidad mínima a
cumplir, las concentraciones, y las condiciones de comercialización.
◆ Aspectos sociales: un aumento generalizado del consumo traería
consecuencias en diferentes niveles de la sociedad, debido a los efectos
farmacológicos propios de este tipo de sustancias. Seguramente tendríamos más
casos de bebés con malformaciones, muertes de fetos y recién nacidos y
síndromes de abstinencia neonatal resultantes del consumo de drogas durante el
embarazo.
Los niños presentarían daños en su desarrollo físico y mental, con las consecuentes alteraciones de conducta y de aprendizaje, situación que se agravaría en la adolescencia, provocando trastornos en la personalidad.
Los niños presentarían daños en su desarrollo físico y mental, con las consecuentes alteraciones de conducta y de aprendizaje, situación que se agravaría en la adolescencia, provocando trastornos en la personalidad.
En la población adulta se profundizaría el ya vigente cuestionamiento
acerca del desempeño de diversas tareas de responsabilidad bajo los efectos de
drogas. Por caso, imagino que nadie querría viajar en un avión conducido por un
piloto que está drogado. El riesgo a terceros es claro.
Comentario: No puedo estar más de acuerdo con
el autor: hay que desalentar el consumo de PSA en embarazadas y de personas en
puestos de responsabilidad, tales como el trabajo en bufetes de abogados, y
regular el uso por los conductores de vehículos terrestres, aéreos o náuticos.
Claro que la prohibición de producción, distribución
y comercialización de PSA no mejora ni empeora estos aspectos de salud pública
o laboral.
Ahora bien, con independencia de lo expuesto, vemos esperanzados que la
sociedad empieza a vislumbrar y tener conciencia de que el fenómeno de los
narconegocios se erige como la principal amenaza a nuestro país. Incluso hasta
importantes ámbitos del mundo empresario discuten ahora esta temática por
entender que también afecta el orden económico y nuestro ambiente de negocios.
La máxima autoridad de nuestro Poder Judicial advirtió que este fenómeno
ya está afectando el Estado de derecho. Esperamos que nuestra sociedad logre
organizarse e impida que algún día nos termine gobernando.
Comentario: Mientras los miles de muertos eran
una cosa que pasaba en Medellín o Ciudad Juárez podíamos hacernos los tontos.
Ahora que tenemos cuatro kioscos de venta de PSA por manzana de Rosario ya no
podemos. Es hora de darnos cuenta que hemos perjudicado la libertad individual en
pos de un pretendido interés general. Hemos fallado en nuestro propósito de
evitar la comercialización y ahora es el momento de recalcular las políticas
públicas en la materia.
Así como el autor
trafica a San Agustín, yo también puedo traficar mi fundamentalismo favorito:
La razón primera por la que legalizar la producción, distribución y
comercialización de PSA es que la prohibición disminuye la libertad y bienestar
de al menos una persona, sin mejorar el bienestar de nadie (salvo quizás de la
policía antinarcóticas, para quienes propongo una reeducación y
refuncionalización). Todos tenemos derecho a snifarnos la cabeza como nos
plazca, y nadie tiene derecho a impedirlo. ¿Por qué?, se pregunta Zenón. Pues
porque hemos sido hechos con libre albedrío, muchacho, y no es propio de los
hombres tener un ángel volando por encima que nos evite un mal trago.